¿Hay vida pospandémica para quienes tenemos más de 80 años?

Llega otro invierno covid, pero este momento de la pandemia se siente esperanzador. A mis 87 años, estoy volviendo a familiarizarme con la vida social que había pausado durante muchos meses. Voy a restaurantes y museos, voy a la iglesia y visito a mis nietos que viven en una ciudad vecina. Siempre me he percibido como alguien optimista y que toma riesgos. Pero cuando me aventuro a salir, tengo en la cabeza un recordatorio constante: “¿Esto es demasiado arriesgado para mí?”.
Pero si el riesgo de enfermarme de COVID-19 me detiene, hay algo aún más fuerte que me impulsa a salir: el miedo a no aprovechar al máximo el tiempo que me queda, mi “única vida, salvaje y preciosa”, como la describió la poeta Mary Oliver.
A mi edad, la esperanza de vida es de solo seis años. Quiero pasar el tiempo que me queda viajando, asistiendo a fiestas con amigos y viendo a todos mis nietos que viven lejos. Estoy encantada de que mi comunidad de jubilados se haya reabierto. El comedor vuelve a servir comidas y me he unido a una clase de baile y a otra de tai chi. Quiero disfrutarlo todo ahora. El tiempo se acelera a medida que envejeces. Un amigo de 90 años lo dice de esta manera: “¿Qué tengo que perder?”. Quienes tenemos ochenta y tantos años o más estamos acostumbrados a estar en la vecindad con la muerte.
estamos acostumbrados a estar en la vecindad con la muerte.




Eso no quiere decir que esté viviendo sin temor. Aunque confío en que mis tres inyecciones de la vacuna me protegerán, no soy la misma persona que era antes de la pandemia. Te sientes vulnerable cuando te recuerdan una y otra vez que las personas mayores de 65 años corren un mayor riesgo de morir de COVID-19 y que ese riesgo aumenta con la edad. Tengo algo de miedo a las multitudes y las grandes reuniones, y soy reacia a tocar a otras personas. El dolor y el sufrimiento del mundo me acompañan como nunca antes, y ahora soy muy consciente de que lo que damos por sentado y vemos como normal puede cambiar en un instante. Pero estoy lista para seguir adelante.
Aunque todas las personas han padecido los estragos de la COVID-19, la vida pandémica fue distinta para quienes tenemos ochenta y tantos años. Sí, nuestro riesgo de enfermar o morir por la COVID-19 era mucho mayor. Sin embargo, pude mantener mi ecuanimidad. Las personas de mi edad son resilientes; después de todo, nuestra infancia transcurrió durante la Segunda Guerra Mundial.
Debido a que la pandemia obligó a mis coetáneos y a mí a estar tan protegidos, la vida diaria se volvió, irónicamente, libre de estrés y, para algunos de nosotros, aburrida. En marzo de 2020, a mi novio y a mí nos dijeron que no podíamos seguir yendo y viniendo entre nuestros departamentos en nuestras comunidades para jubilados. Nos tomó unos cuantos minutos decidir que se mudaría conmigo. Esa decisión apresurada significó que vivimos juntos agradablemente durante los largos meses de cuarentena, leímos libros y resolvíamos juegos de palabras. Escribí en mi blog sobre el envejecimiento y hablé con mis pacientes de psicoterapia por Zoom. Recibíamos la cena en la puerta.
Fuente: The New York Times
